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Piedra, papel y tijeras (1997)



En cierto bosque de Pilindibonia vivía un mago al que todos llamaban mago Mandrágora, porque siempre se servía de esta planta para preparar sus hechizos.

El mago Mandrágora tenía por norma cambiar cada día de aspecto, aunque generalmente adoptaba forma humana pues con ella se encontraba más cómodo para hacer sus conjuros. A veces era rubio, a veces moreno. Los lunes parecía un europeo, los martes un guerrero masai, los miércoles un esquimal, los jueves un indio andino, los viernes un musulmán, los sábados era judío y los domingos era el día sorpresa, pues en la marmita echaba al azar ingredientes de todo tipo.  Un domingo el mago Mandrágora se convirtió en estufa de butano y, al no contar con manos, se las vio y se las deseó para volver a un estado más normal.   

De vez en cuando el mago Mandrágora recibía visitas de personas que le pedían algún favor. Su sabiduría le permitía echarles una mano, pero en ocasiones se mostraba reacio a las peticiones porque el beneficio para unos podía ser el perjuicio para otros. 

Precisamente en uno de estos casos se encontró cuando, un lunes que iba ataviado como un tirolés de los Alpes, recibió la visita del unicornio del bosque.
 
-  Mago Mandrágora -dijo el magnífico unicornio-. Aquí en el bosque todos me respetan y me consideran su rey, pero yo quiero ser también el rey de Pilindibonia.

-  Pero tú sabes que Pilindibonia ya tiene un rey.

-  Sí, pero es blando y sin coraje, y yo podría hacerlo mucho mejor que él.

-  Eso acarrearía enfrentamientos, que más tarde traerían consigo dolor.

-  Yo estoy dispuesto a todo con tal de ser el rey de Pilindibonia.

-  En ese caso, he de ayudarte.


El mago Mandrágora, que vivía en el bosque con el permiso del unicornio, no se atrevió a contrariarlo, así que aceptó ayudarle. Pero como supuso que aquello iba a generar disputas, ideó un plan. 

- Te haré tan poderoso que con tu sola presencia, el rey se rendirá. Pero has de acceder a una condición.

-  ¿Cuál?

-  Tu fortaleza será mayor que la del rey, pero será inferior a la del ogro del pantano.

- ¿El ogro? ¡Bah! No me preocupa ese ogro gandul. Siempre está holgazaneando o entretenido cogiendo peces.

El mago Mandrágora puso en una marmita los ingredientes necesarios para fortalecer al unicornio. Después que hubo bebido el filtro, el unicornio salió al galope, a la conquista de Pilindibonia.

Al cabo de unos días, era jueves, el mago Mandrágora, vestido con un llamativo poncho, un sombrero y con la piel quemada por el sol, recibió otra visita. Se trataba del rey de Pilindibonia. Llegó maltrecho, lleno de arañazos y desarmado.


- Mago Mandrágora, no sé lo que ha pasado, pero el unicornio del bosque se ha transformado en un caudillo implacable y ha tomado el palacio. Me he tenido que rendir, pues no cuento ya ni con un solo soldado, ni dispongo de una sola espada y no me queda ni una gota de energía. Me has de ayudar. 
-  Si lo hago,  el  unicornio sabrá que te he apoyado y me echará del bosque. Te explicaré lo que vamos a hacer. Te daré tanta fuerza que serás capaz de echar del pantano al ogro que reina allí.

-  ¿Al ogro? ¿Y qué pinta el ogro en esta guerra? A mí no me gusta el pantano.

- Verás, tu sola presencia en el pantano hará que el ogro se rinda. Aunque salgas vencedor, no te equivoques; el ogro es poderoso y el unicornio le teme. Aunque ahora no lo entiendas, haz lo que te digo y confía en mí. 
 - Está bien. Haré lo que dices.

El rey se tomó de un trago el bebedizo que le preparó el mago Mandrágora y subió a su corcel para dirigirse a toda prisa hacia el pantano.

Como era de esperar el ogro no tardó en aparecer en la cueva del mago Mandrágora. Era un domingo en el que el mago Mandrágora se había tomado el elixir sorpresa de los días festivos. Y durante horas estuvo desaparecido. No supo en qué se había convertido hasta que cayó la noche y se percató de que se había convertido en luna.   Y aquella noche dos lunas velaron Pilindibonia.

-  ¡Mago Mandrágora! -gritó el ogro en el interior de la cueva-

-  ¡No hace falta que grites! Estoy aquí arriba y aunque no lo creas, puedo escuchar hasta lo que sientes.


El ogro miró al cielo y por algún motivo, se dio cuenta de que era la segunda luna quien le hablaba.   

 -  El rey me ha echado del pantano -informó el ogro-. Tienes que ayudarme.

-   Si el rey ha invadido tu casa, invade tú la suya.

-  ¿El palacio?

-  Justo. Aunque en él se encuentre el unicornio,  no  te ha de preocupar.  Te daré de beber algo que te hará más fuerte que él y con tu sola presencia se rendirá a tus pies. 
 - Pero a mí no me gusta vivir en un palacio. A mí me gusta revolcarme sobre el lodo, comer cañas y peces...

- Aunque ahora no lo entiendas, haz lo que te digo y confía en mí.

Tan pronto como pasó el efecto del elixir y volvió a tierra firme, el mago Mandrágora preparó un combinado gigante para que el ogro, que era diez veces mayor que el mago, lo bebiera.  Luego salió a grandes zancadas de la cueva, a la conquista del palacio.


Durante una semana las avutardas y los ruiseñores le contaron al mago Mandrágora cómo iban las cosas por Pilindibonia.

- Nada más ver al ogro desde el balcón de palacio -explicó la avutarda-, al unicornio le comenzaron a flaquear las patas. Se le erizaron las crines y lanzó un relincho de pánico. Cuando el ogro le gritó que le iba a arrancar su cuerno para hacerse una sopa, el unicornio salió disparado hacia el bosque.
-  ¿Lo habéis visto por estos lugares? -preguntó al mago, un ruiseñor muy educado-   
-  No, no lo he visto aparecer. Debe haberse ocultado.

-  Yo lo que he visto esta mañana ha sido al rey personarse en las puertas de palacio -dijo el ruiseñor-. En cuanto el ogro lo ha columbrado, su semblante se ha tornado amarillo, ha balbuceado que qué quería, y el rey le ha gritado que saliese corriendo de palacio si no quería morir ensartado por su espada, que dicho sea de paso, se había fabricado con cañas del pantano.   -  ¿Eso le ha dicho? ¡Qué coraje! -apuntó la avutarda- 
- Ciertamente, habida cuenta que, hasta hace poco, el rey se había mostrado siempre como un gobernante pusilánime -continuó el ruiseñor-. En fin, que el ogro ha salido a toda prisa a refugiarse en la ciénaga.
- Es decir -resumió el mago Mandrágora-, que el unicornio está en el bosque, el ogro en el pantano y el rey en palacio ¿No es eso?

- Eso es.

- Como debe y debía ser.

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